Está siendo un espectáculo nauseabundo el modo como desde Occidente se quiere intervenir en Libia. Es cierto que no puede pensarse de Muamar el Gadafi otra cosa que la locura, con la que Occidente ha convivido sin la menor preocupación, y no porque Libia fuese un importante productor de petróleo, sino porque los libios nos la traen en realidad muy floja a los occidentales, igual que los tunecinos, los yemeníes o los egipcios. A un destino de vacaciones se va cuando se puede ir, pero si no se puede, se saca un billete para otro sitio -es así como razona Occidente, que nadie se engañe.
Sucede, no obstante, que la sociedad global o mundial atraviesa una profunda crisis, de la cual es la circunstancia económica una más entre otras líneas de profundidad, y los líderes occidentales, quizá porque ya no saben salir de su propia fantasía, se entregan a la propaganda de la humanidad, apelan a las Naciones Unidas, que por mucho que sea el marco dentro del cual se quiere fundar la legitimidad internacional carece de poder coercitivo, y necesita forzosamente contar con la dirección militar de USA, y de esta superpotencia dentro de la OTAN. Así, los líderes de las democracias europeas se han mostrado enérgicos, quieren evitar a toda costa una masacre en un pueblo de menos de siete millones de habitantes, y en el cual es una parte importante de la población la clase obrera inmigrante, de vuelta a sus países de origen.
Este envalentonamiento resulta bastante patético, y tiene en su motivación más deseo de exhibir al gallo en el corral local que de embarcarse en la pelea. El ciudadano europeo, ante los líderes que dominan la actualidad, no piensa sino que el mundo es desgraciado, pero los líderes de las democracias occidentales se hallan atrapados en lo que desde Andy Warhol se conoce como "el mercado de la imagen", una manifestación más de la desintegración del sujeto, o lo que es igual, una absoluta tiranía de la superficialidad, de donde resulta que las buenas intenciones para con "todo ser racional posible" ya no hay quien las crea.
Libia es un paisecillo que no costaría demasiado conquistar ni siquiera a un ejército cinematográfico o unos excursionistas de Albacete, y las imágenes que han podido verse a través de la televisión en cuanto a su potencial bélico así lo confirman. Tampoco estaría mal que la CIA enviase a un asesino en misión secreta para liquidar a Gadafi -ahora mismo no sé si Tom Cruise se encuentra de rodaje-, pero no faltan soluciones eficaces para terminar con la farsa del enano loco entre los gigantes hambrientos de autosatisfacción.
Si la parodia humanitaria apesta, no huele mucho mejor el olvido en que se encuentran otros países africanos, los subsaharianos, algunos en guerra civil crónica -¡y menos mal que la población no cesa de reproducirse!-, y de los que sabe más el occidental por Hollywood que por los servicios informativos. Y qué decir del colegueo que mantiene Occidente con Rusia y China, o del disparate permanente de la política italiana.
Yo empiezo a temer por la intervención armada en Libia, una tierra que el inmortal pueblo romano sembró con su impresionante arquitectura, y que podría dejar de ser incluso ruina si se hace un trabajo iraquí, porque cuando se precipitan las decisiones que conducen a la justicia inminente, lo inminente de verdad es el desastre. En cualquier caso, es un alivio para Libia que George W. Bush y san José María Aznar se dediquen en la actualidad sólo a la acumulación de riquezas y hayan abandonado el mesianismo de best-seller de otras guerras aún por cerrar.
Yvs Jacob
jueves, 3 de marzo de 2011
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