martes, 8 de febrero de 2011

Pseudointelectuales en Telemadrid, a vueltas con el 11-M

Cuando se leen las páginas de la no filósofa Hannah Arendt en Sobre la violencia llama la atención que mencione, aunque con discontinuidad, la importancia de lo imprevisto en el mundo de los hombres. Nunca se insistirá lo bastante en ello, pero el mundo de los hombres, en tanto que antes y siempre ya constituido, en nada se parece al mundo de los jabalíes.
En el último programa de Sánchez Dragó pude escuchar algunas barbaridades propias de la pseudointelectualidad española. Los invitados fueron el muy desplazado Joaquín Leguina, que parece tener algunos problemas con el concepto de independencia, y tampoco distingue en absoluto la crítica interna deseable de toda ideología del servicio gratuito a los adversarios políticos, y el nefando Hermann Tertsch, al cual el odio consume tanto el cuerpo como la inteligencia, y por los argumentos mal traídos que expuso, se apreciaba que sus apresuradas lecturas liberales no han sido todavía digeridas, y nunca lo serán, porque los neoliberales españoles tienen un serio problema, y es que conjugan la libertad absoluta del individuo con una raza de muy malas personas, lo que sólo produce miseria sobre la miseria.
De Joaquín Leguina sólo quiero decir una cosa: la promoción de un libro nunca debe ser la finalidad de la obra escrita, y si de verdad se cree con autoridad para combatir la jovialidad del nuevo socialismo, crítica en la que coincido, antes que denostar a los líderes, y en consecuencia, a todo un partido, es preferible entretenerse en la composición de obras donde se contenga la teoría, y no en las que abunde el chascarrillo a modo de "prueba".
Pero voy con la línea principal que mantenía la charla de Sánchez Dragó y Tertsch: la ilegitimidad de la victoria socialista tras los atentados de marzo. Dijo Sánchez Dragó que debe votarse con la cabeza y no con la pasión, como si, al margen de los crímenes soportados por la ciudadanía española con causa en la irresponsabilidad del Gobierno de José María Aznar, fuese el acto de votar uno libre y meditado siempre, o como si la elección de la mejor opción entre las peores, que no otra cosa es una votación democrática "a la española", se debiese a una reflexión en cuanto a las propuestas de los políticos, sus posibles logros y sus posibles consecuencias. Es cierto que no sucede así, y ni siquiera en el caso de auténticos intelectuales libres.
En la obra clásica de Hermann Heller, Las ideas políticas contemporáneas, traducida al castellano nada menos que en 1931, puede leerse que votar es sobre todo un acto complejo, principalmente emocional, y no me entretendré en el posterior concepto de ideología en Louis Althusser, penetrado de emocionalidad en su totalidad, y quizá estos antiguos rojos, y ahora, según ellos mismos, por fin clarividentes, habrán leído su obra, o quizá ya eran por entonces, cuando rojos, igual que ahora, meros propagandistas de lo que desconocen.
Para las mentes de corto alcance, baste lo siguiente: ser de derechas o de izquierdas es decir o no a infinidad de cosas, y en ello, la razón, como sospechaba Friedrich Nietzsche, es sólo un medio entre otros, tal vez incluso inadecuado.
Por fortuna, fue la pasión -las emociones- de la mayoría la que privó a España de otro gobierno de la derecha analfabeta. Y ojalá que esa sabia irracionalidad nos vuelva a librar de quienes con increíble irresponsabilidad arrojaron al pueblo español en las garras de lo imprevisible, y no es para otra cosa que existen las instituciones democráticas de gobierno, sino para prever.
Y así hablaron los portavoces de quienes quieren arreglar España, ¡y su Dios nos libre de ellos!, o librémonos, pues, nosotros.


Yvs Jacob

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