Entre otras muchas, es una peculiaridad española la no diferenciación entre los ideales de la derecha y de la izquierda, y no tanto porque el Gobierno actual se haya destapado con un pragmatismo contemporizador desconcertante, que contempla la misma cosa desde perspectivas contrarias según la ocasión, sino porque la derecha nacional -para diferenciarla de las derechas nacionalistas-, sin ser pragmática, opera en su ideario por omisión, es decir, que si el Gobierno del PSOE acoge determinado aspecto, cualquiera que sea, y lo orienta hacia una pseudoizquierda, entonces el Partido Popular cava su trinchera justo enfrente, y por muy disparatado que sea lo que le toque defender, lo convierte así en algo de su propiedad, aunque tan pronto como deje de ser valioso lo despreciará. Esta versatilidad está muy cerca de ser política, si bien la política consistirá siempre en otra cosa.
De los recientes líos en que se ha metido el Gobierno, y que podrían juzgarse como aciertos si la sociedad española no fuese tan cultural, espiritualmente analfabeta, dos sirven para mostrar que, en efecto, los españoles son unos burros sin solución, y que cualquier medida que pretenda su educación en valores esenciales en tanto que pueblo está condenada a condenar al propio Gobierno que las toma.
La primera medida -la ley antitabaco- ha puesto de manifiesto que la española es una sociedad desquiciada. Tan pronto como entró en vigor, la imaginación del hostelero palurdo ha encontrado medios que podrían hacer dudar en cuanto a la compensación de evitar el perjuicio del tabaco a los no fumadores, esto es, las consecuencias derivadas de un ejercicio de sentido común. De repente, en cualquier bar de mala muerte brota la prolongación de una terraza improvisada, y si algún ciudadano tenía la desgracia de vivir en las proximidades de un local de copas, el ruido que antes se concentraba en los meses de verano será ahora constante durante todo el año, y todavía persiguen los hosteleros que se amplíe su horario al aire libre. Por otra parte, el gasto en estufas para gilipollas amenaza con aumentar el consumo eléctrico, que tarde o temprano causará al conjunto de los ciudadanos la formidable subida en su recibo individual, y se lamentarán buscando culpables en otro sitio.
Del mismo modo, la reacción de los españoles ante la disminución del límite de velocidad pone al descubierto que la nación española ni existe ni se la espera, porque el significado de fondo de la medida es una apelación al sentimiento de cada uno en relación con su país, pero, obviamente, hay que haber sido algo ilustrado para alcanzar el mensaje. Como en España se intenta hacer de la sociedad una víctima de los gobernantes, algo que, en especial, el Partido Popular domina tanto o más que la hipocresía y la falsedad, el pueblo español, a menos que juegue el equipo nacional de fútbol, no tiene ni puta idea de lo que es un pueblo, una nación, ni cómo funciona un Estado, ni de dónde proceden los recursos económicos que permiten a los españoles tener un centro de salud en cada esquina, un hospital casi ya por habitante o una red ferroviaria y una colección de aeropuertos inútiles. Piensa el español medio -el simplón- que todo sale de sus impuestos, pero con tales ingresos el Gobierno no podría ni fichar a Cristiano Ronaldo.
Para una vez que el Gobierno se adelanta a la práctica de los especuladores, que están inflando el precio del barril de petróleo al tomar como justificación la inestabilidad en algunos países productores, para una vez que se había atrevido el Gobierno a señalarles y decirles que "por mucho que especulasen con el producto, el Estado español haría todo lo posible por intervenir en su consumo, sin estimularlo", que no otra cosa significa la medida, el Partido Popular, y con él un buen montón de opinadores del desastre, objeta la ineficacia de la contención, ciego, como siempre, a que la sociedad mundial, global, lo es del más burdo, mecánico y suicida derroche, que en eso consiste la auténtica crisis que vive la humanidad, y ciegos todos en cuanto a la acción conjunta de un pueblo para superar los momentos en que la debilidad nacional le hace caer en las garras de sus depredadores internacionales.
Pero cómo podría ser de otra manera, si los empresarios españoles desconocen que sea de su competencia alguna responsabilidad social en cuanto a la actividad que desempeñan, si entre los mismos trabajadores españoles está mal visto formar parte de un sindicato, si un político que miente en sede parlamentaria no pierde su derecho a una candidatura de reelección, si unos ex presidentes multimillonarios no renuncian a la pensión anual que reciben del pueblo una vez amortizados sus servicios "a la patria"...
¡Ay, campos de reeducación, ya!
Yvs Jacob
domingo, 27 de febrero de 2011
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