En Occidente, el temor al ejército ha sido siempre una característica de la izquierda. A la derecha le gusta el ejército, como institución con un buen par de cojones, además de expresar un espíritu nacional unas veces en alza y muchas más en decadencia. El siglo XIX conoció el desarrollo del espíritu nacionalista en general, fue cuando se crearon las manifestaciones culturales que ahora se llaman "típicas" -piénsese en la zarzuela o en los valsecitos de los huevos-, y otras transnacionales, como el servicio militar obligatorio.
Durante el gobierno de san José María Aznar, el servicio militar obligatorio desapareció en España, porque la disgregación del macho ibérico por todo el territorio del Estado preocupaba mucho a los nacionalistas catalanes, que observaban lo muy cambiados que llegaban los muchachos a casa, como si hubiesen perdido ese no sé qué català tan puro que requiere de una buena conserva en juguito de odio. Cambió entonces la percepción del Ejército en España, y pasó a ser decididamente democrático. En alguna ocasión, José Bono ha dicho que "no tenemos un Ejército para invadir países", y admitía así que la realidad nada se parece al mundo explotado por Hollywood -esperemos, eso sí, que pueda al menos defender Ceuta y Melilla cuando llegue la hora.
El problema creado por la insaciabilidad de los controladores aéreos fue resuelto al recurrir a esa figura de urgencia que es la movilización, y que sorprendió a propios y a extraños, todos ignorantes de que un Estado independiente y amenazado por el Big Brother yankee pueda en efecto gestionar sus cosillas. Desde la izquierda pura, se ha lamentado el auxilio prestado por el Ejército, y se teme que Rodríguez Zapatero haya abierto un melón de los que en sus manos se convierten en explosivos manipulados por un ciego. Es comprensible esta actitud de la izquierda de verdad, la izquierda ineficaz, por cierto, cuyos militantes históricos han sufrido en sus carnes tanto dolor en la defensa de las libertades, las mismas que ahora arrojamos con desidia lejos de nosotros.
Yo me he partido el pecho a reír estos días cuando he escuchado a algunos miembros del Partido Popular expresar cierto temor en la misma línea que, por ejemplo, el portavoz de IU en el Congreso. Y ya he me descojonado hasta necesitar puntos de sutura cuando algunos tertulianos de pico aguileño han continuado con esa duda, cuando es por todo el mundo sabido lo mucho que gustan entre los votantes de la derecha la cabra de la Legión y el malva que viste Rouco Varela los días de mostrar.
Me atrevo a decir que no hay ya mucho que temer de nuestro Ejército nacional. No se trata de faltar el respeto a la institución, sino de situarla en su lugar correspondiente, que nada tiene que ver hoy con su predominio franquista y prefranquista. Para que el Ejército se impusiese a la voluntad ciudadana democrática, habría de alumbrarse alguna posibilidad de un futuro diferente -yo no sé decir si mejor o peor- dentro de alguna cabeza, y convencer después a un montón de individuos quizá no tan dispuestos a la obediencia ante el suicidio social. Pero nada parecido es posible. Una guerra civil, o un Estado autoritario al que siguiese algún conflicto brutal "a la española", asolaría el país entero, igual que si se produjese una guerra nuclear, tras la cual no habría supervivientes. Por otra parte, la cosa está tan mal que no cabe siquiera la posibilidad de algo mejor, y ruego se me perdone este enrevesado oxímoron.
Lo que sí puede temerse es que el estado de alarma se convierta en un juguete en las manos de "la Espe" o de Mariano Incompetente cuando gobierne alguno de los dos, y que lo empleen con el capricho que caracteriza a la infantil derecha española, bien porque "la Espe" quiera derribar los muros de algún belén a escala natural o porque a Mariano Incompetente se le antoje que la Vuelta ciclista pase por el jardín de su casa. ¡Menudos son!
Yvs Jacob
martes, 14 de diciembre de 2010
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