En el monopolio de la información deportiva se han colado estos días dos noticias de primera magnitud. Por un lado, las filtraciones de WikiLeaks, que han devuelto a los hombres una cierta fe que creían perdida desde que Dios se dio a la fuga tras el fratricidio de Caín. Por otro, la huelga encubierta de los controladores aéreos, que el Gobierno ha rentabilizado para mostrar al Partido Popular que la izquierda también sabe adoptar medidas de fuerza, aceptándose por sentado que las expresiones formales de la violencia legítima -dígase "estado de alarma", "estado de excepción", "decreto ley"...- producen más fascinación a la derecha y a su electorado pasional de espíritu sexagenario, siempre como ocasión de exhibir un buen par de cojones, que es lo que entienden a ese lado por política.
Pocos meses atrás, los trabajadores de Metro de Madrid tuvieron el valor que falta a todos los demás para resistirse a la esquilmación de su alma. Como se hablaba de "trabajadores", incluso con las molestias derivadas de su huelga, la solidaridad brotó y se extendió. "La gente" comprendía "a los trabajadores" -¡y no es poco que la gente comprenda algo! Un trabajador es alguien que percibe por su fuerza de trabajo más o menos 1000€ -menos, cuando recibe desde los 633€ de rigor fijados por la ley de una democracia avanzada (?), y más si se trata de 1100€, 1200€... Hay quien recibe a cambio de su fuerza de trabajo 1300€ y se considera miembro de la clase media, pero esto requiere el tratamiento de un especialista, porque yo sólo soy un muchacho que ha leído extensos pasajes de la Ilíada y unos versos de Rainer Maria Rilke sin el menor éxito.
Luego, como la huelga de Metro fue una huelga de trabajadores, los demás trabajadores la aceptaron -no así "la Espe", que ese día se había hecho las piernas, y tenía la inquietud de inaugurar unas papeleras y unos accesos para discapacitados, plan que se truncó por el odio guerracivilista de unos "piqueteros" anacrónicos.
Diferente ha sido la actitud general con la huelga encubierta de los controladores aéreos. Hay que decir que una huelga encubierta tiene muy "mala follá", porque, en democracia, donde la huelga es un derecho, debe anunciarse la convocatoria con antelación, y deben fijarse los servicios mínimos, de obligado cumplimiento. Es lo que se conoce como: "huelga, sí, pero sólo un poco", pues las huelgas completas, entiéndase "las que se fijan por meta su eficacia", ésas no las contempla la democracia. La anticipación de la huelga da lugar al muy orteguiano "saber a que atenerse".
Cierto es que hay "colectivos", como se dice tanto ahora, que pueden hacer la huelga sin agotar con ello la paciencia de toda una sociedad. Se trata de la huelga "tal y como la entienden los demócratas", a saber: la que ni perjudica ni consigue nada, una huelga de tontos.
Pero ¿qué es un colectivo? Yo animo a los sociólogos, incluso a los no aficionados, a que acepten esta definición: es un colectivo aquel conjunto de miembros de una clase que comparten la propiedad en nombre de la cual realizan sus reivindicaciones con eficacia. Fuera de eso, no hay colectivos, sólo gente que se frustra o se divierte.
Como el salario percibido por los controladores impide que puedan ser considerados "trabajadores", porque 200.000€ mínimos al año es una cantidad demasiado magnífica como para que exista cualquier posibilidad de reclamación, el colectivo queda eximido de toda protesta por una cuestión moral, sin prestar atención aquí a la ley, que se supone la expresión de la igualdad de los ciudadanos en democracia, los mismos que se matarían mutua y moralmente si ni la ley ni la igualdad forzosa existieran. Lo moral se destapa divertido, porque intervienen en su concepto tanto el número de individuos afectados por la huelga como la remuneración obtenida por los huelguistas. Los demócratas, cuando se ven afectados por la presión que ejerce un colectivo que sabe presionar, se vuelven menos demócratas, y las imágenes de los que pasan a ser considerados inmediatamente delincuentes aparecen en las páginas de Internet y en los diarios, como "violadores del ensanche", para que todo el mundo sepa quiénes son esos que dan por el culo a tanta gente. La democracia, pues, la única forma de gobierno para la cual es esencial mantener las formas, se olvida de las más elementales cuando puede señalar de manera ostensible al delincuente de masas, ecce homo!
¡Y qué grande es el periodismo español!
¡Ah, pero qué buen Gobierno y qué ciudadanía tendría España si supiesen reaccionar de un modo tan poco democrático ante todas las humillaciones de la dignidad humana!
Yvs Jacob
domingo, 5 de diciembre de 2010
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