La principal diferencia entre América del Norte y América del Sur no es precisamente de carácter económico, sino la materia prima humana con que cuenta cada uno de los subcontinentes. Es sabido que los americanos del norte están muy satisfechos de haber conquistado una vasta extensión de tierra luchando contra la flora, la fauna, el clima y... sus pobladores originarios. A menudo, los conquistadores españoles son ridiculizados por su ambición en la historiografía anglosajona, pero quizá debería desmitificarse la Historia en general, para bien y para mal de todos. Una vez conservados los indígenas norteamericanos en formol, indeseables y espabilados del Viejo Mundo se instalaron en la tierra recién conquistada en cantidades masivas, y gracias a su reproducción jubilosa, y al incesante goteo de hombres y mujeres esperanzados, América del Norte se convirtió en lo que es hoy, el cerebro de todo el bien y el mal que conocemos los apasionados y viciosos mortales.
Contrariamente a la aniquilación casi total de la población auténtica del norte, los americanos del sur no son muy distintos de lo que fueron antes de la llegada de los españoles. Cierto que los aguerridos españoles del pasado se ejercitaron con los ancestros de los indígenas en las artes de la guerra y de la humillación, pero la mortandad nunca fue tanta como para superar el número de pobladores originales. Es más, en la actualidad, abundan en sudamérica los nombres y apellidos cristianos y de carácter toponímico español, pero "la sangre" india se ha restablecido, y casi borrado la mezcla.
Cuando la sangre no progresa, resta, no obstante, la cultura. A menudo, pues, se asocia a América del Norte con lo bueno del Viejo Mundo, mientras se pretende explicar el retraso de la América latina por la suerte de sus colonizadores mediterráneos. Es un argumento bastante demagógico, puesto que no hay ningún misterio si los escoceses de Canadá se parecen culturalmente a los de Escocia, y lo mismo sirve para ingleses y holandeses -lo extraordinario sería la aculturación de los indígenas. No obstante, que los peruanos, ecuatorianos, bolivianos... se parezcan a los españoles queda sujeto a muchas dudas. Para empezar, aunque la torticera y paticorta historiografía anglosajona quiera sacudirnos siempre sin piedad, un español de Galicia tiene muy poco o nada que ver con otro de Cádiz -sólo hay que viajar para conocerlo.
Dos sucesos de la "política internacional" me han entretenido estos días. El primero fue el intento de golpe de Estado que sufrió Ecuador. Lo más descacharrante de la situación lo protagonizó el presidente Rafael Correa cuando, con el pecho abierto, y desde el balcón del hospital, gritó: "Si quieren matar al Presidente, aquí tienen al Presidente". Este gesto bravucón es propio de una pelea en el bar de cualquier lugar del mundo o de un gobernante de república sudamericana, pero ninguna otra autoridad institucional, ni siquiera Silvio Berlusconi, actuaría de ese modo.
El segundo suceso tiene todavía más chicha. Evo Morales, vestido de corto, y sin ningún jersey o chalequito de lana de llama andina, le propina un rodillazo a un adversario durante un partido de fútbol. Se repite el patrón indígena: falta de flema.
Es muy difícil enderezar la situación de los países sudamericanos, tienen otro tempo y otro pathos. Claro que siempre se puede liquidar a su población para sustituirla por otra mejor dotada culturalmente. Véase si no la confesión de Estados Unidos sobre los métodos de combate puestos en marcha con Guatemala. ¡Ay, lo mejor del Viejo Mundo...!
Yvs Jacob
martes, 5 de octubre de 2010
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