El encuentro de Mariano Rajoy con los cachorros del Partido Popular en Barcelona y los sintéticos montajes televisivos emitidos por las diferentes cadenas del evento han supuesto para mí una sobredosis de patetismo por cuya irresponsabilidad tendré que castigarme sin mucha demora. He prestado buena atención a la representación escolar. La muchachada, que se pretendía tierna, apuntaba a una edad de inminente mileurismo, aunque en el caso de las sanas familias que votan al Partido Popular el salario de los hijos no es lo que más preocupa a mamá y papá: lo importante es su educación, que sepan pelear para imponer a quienes no piensan como ellos lo que ni ellos mismos están dispuestos a tomar en serio.
La exhibición de Rajoy no ha tenido desperdicio. Ha debido de creer que se encontraba en alguna de esas situaciones tan propias del entrenamiento político norteamericano donde todo es insoportable falsedad, donde todo es escenografía calculada para que el protagonista fortalezca su autoestima con la papilla babosa que sus asesores le preparan, mascan y suministran.
Lo primero que llama la atención allí donde se reúna algún hombre extraordinario del Partido Popular con la cachorrada es lo bien alimentada que está esa juventud, lo bien vestida que la presentan sus mamás ante el barón máximo de la formación y lo disciplinadamente que acogen los distintos elementos que la reconocen como 'estilo de vida'; peinados, gafas, prendas y accesorios sin los que un acontecimiento oficial no se acepta como tal. Parecen los jóvenes populares aplicadísimos estudiantes de colegio serio, privado, incluso expertos ya en muchas cosas, y es un misterio para mí el modo como el tiempo los trata tan mal, porque terminan convertidos en personas de juicio raro, ¡qué coño!, de escaso juicio.
Pero Mariano Rajoy se creía el mismísimo Barack Obama paseando de un lado a otro dentro del cálido espacio que se abre siempre entre la buena juventud, y anduvo finísimo en las respuestas a las inteligentes preguntas que los cachorros le regalaban. ¡Qué delicia, qué maravillosa fiesta la del dogma!
Yo nunca podré votar al Partido Popular, la amplitud de mis prejuicios me lo impide, pero ¡ay, cuánto envidio a esas familias felices y bien avenidas! Sobre todo cuando mamá sabe planchar las camisas.
Yvs Jacob
domingo, 15 de noviembre de 2009
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