En noches de agotamiento me decido siempre por el hara-kiri, humano como soy, y cuando ya estoy tan distraído que ni siquiera puedo pasar la página de un libro, suelo conectar el televisor en busca de algo, algo que no sé muy bien qué puede ser. Se suceden ante mí las imágenes del programa de Andreu Buenafuente, y me pregunto cuando lo veo si Buenafuente no advierte la negligencia con su talento, porque el programa da más pena que alegría, a pesar de que tanto su director como Berto Romero son personas ingeniosas y capaces para el humor. Pero un programa de humor es una pretenciosa empresa, y un riesgo, además, y el estado de gracia, un premio que apenas se consigue. Jean-Jacques Rousseau observó que nada hace más daño al sabio que la sabiduría a medias, y así sucede con los humoristas, a quienes no se niega, por cierto, su disposición adecuada para el saber.
El humor es difícil de construir, es difícil como trabajo y como actividad pública cuatro días a la semana durante una hora. Para que el humor fluya en esas condiciones, hacen falta otras previas: buenos guiones e insuperables intérpretes. El humorista, o el 'entretenedor', no puede ser sólo un poco divertido, algo divertido o buena persona sin más. Tampoco puede ser sólo atractivo para el público o feo, tan feo que su presencia sea el comienzo de la risa. El humorista tiene que hacer gracia, y cuanta más, mejor, mucho mejor.
Reconozco los esfuerzos de Buenafuente para evitar los dos extremos perniciosos del humor -lo soez y el patetismo-, pero no creo que él -o La Sexta- haya acertado con Ana Morgade. Esta señorita carece de recursos humorísticos, por mucho que intente recurrir a toda suerte de amaneramientos e imitaciones conocidos por el público y agotadores hasta la repugnancia. A veces tengo la impresión de que ella misma se siente fuera de su espectáculo, de que comprende que sus dos glándulas mamarias, tan expresivas, la han vaciado de contenido en algún otro lugar, y de que todo el mundo lo percibe igual. Ana Morgade es lo indeterminado, la oquedad impersonal donde el humor no arraiga, y debería meditar si de verdad no hay algo mejor que pudiera hacer con su vida.
Personalmente, el humor que no tiene gracia ninguna me despierta unos accesos de vómito en el alma que podrían confundirse con la perplejidad: ¿en qué concepto se tiene este individuo? Ésa es mi pregunta ante tantos buscavidas en el universo ínfimo de la inteligencia.
¡Ay, Ana Morgade! Lo haces tan mal...
Yvs Jacob
miércoles, 4 de noviembre de 2009
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