La convulsión emocional que vive la siempre hiperestésica sociedad española me ha arrojado frente al televisor con el deseo de comprender qué cojones estaba sucediendo exactamente y qué se podía hacer al respecto, siempre presente la meta de una solución generosa. La investigación me ha desinteresado de inmediato, no merecía la pena, y he preferido difundir estos memorabilia; tan elegantes, apasionados, bellos recuerdos en mi voz, Basuragurú.
Te recuerdo, Jorge Javier Vázquez, te recuerdo, sí, fue una tarde en la FNAC de Callao, yo subía en la escalera mecánica que nos devolvía a la superficie desde la antesala del infierno electrónico. Tu cargabas con algún juguete recién adquirido y portaba yo una mala hostia propia de los abuelos. Recuerdo que quise estamparte dos buenos porrazos con el libro que llevaba bajo el brazo, porque la literatura es un arma eficaz en las manos adecuadas; dos buenos porrazos y decirte, además, cuatro verdades: sinvergüenza, sinvergüenza, sinvergüenza y sinvergüenza. Recuerdo que quise arrojarte, patearte el trasero, pero al verte sin gafas, tan pequeño y monstruo como eres, sentí la compasión, maldita compasión de un dios, y permití que huyeras dentro de esos pantalones donde es milagro que quepa un micropene. Por otra parte, el incidente se hubiera interpretado como agresión homófoba contrariamente a lo que debía de ser: acción anti-pedorros.
Pero como soy el madrileño más inquieto tras Alberto Ruiz-Gallardón por las noches, en las que acosa a su esposa entre arrumacos y envites, presa de un incontrolable síndrome de paternidad compulsiva, he recorrido la ciudad siempre en busca de aventuras. Así fue que una mañaza negra me topé con María Patiño, periodista, cerca de la calle de Juan Bravo. A la Patiño no hay manera de arreglarle la cara ni en televisión. Calzaba unas chanclas tercermundistas y esparcía ese glamour tan suyo, entre charca y supermercado. Con la mirada recorrí el trayecto de la Patiño hacia una tiendecita de barrio. Debo decir que fue bien celebrada. ¡Qué fantasía se apoderó de mí, que la reducía con un cepo gigante -o no tan grande- que la oprimiera por la mitad, hasta que reventaran sus venas!
Soñador, siempre he sido un soñador de mundos buenos...
Pero ninguna de mis delirantes construcciones supera la exquisita fluidez del verbo en boca de Belén Esteban. He reído, he reído hasta llorar, hasta sufrir en los músculos abdominales. Una gota de tu elixir:
-Lydia, he estado aquí oyéndote escuchar...
La madre que os parió a todos.
Yvs Jacob
miércoles, 16 de septiembre de 2009
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