miércoles, 9 de septiembre de 2015

Carta de un español (por desgracia) a un refugiado sirio

Amigo sirio que vienes a España,

déjame decirte antes de nada que esta España a la que llegas es un país en ruinas a punto de desaparecer, hace un par de décadas decidimos que era mejor para nosotros vendernos a los chinos, hacernos chinos, chininizarnos, y al principio la encontramos muy divertida esta colonización silenciosa china -te compras una lata de mejillones, una llave inglesa y un objeto decorativo a las 12 de la noche y tan contento para casa-, pero ahora que hay una tienda "de chinos" por cada tres vecinos ya sabemos que en el futuro cercano van a convertirnos en gelatina. Tú puedes unirte a nuestro destino o probar suerte en otra parte; yo quiero ayudarte en la escasa medida de mis posibilidades en la toma de decisiones tan importantes, tal vez todo lo que te cuente pueda resultar extraño y hasta violento, pero lo escribo desde la más absoluta honestidad, y creo que si no te lo cuento yo, nadie querrá hacerlo.
Hay un texto ya clásico de Julius Fast en el que encontré por casualidad una cita que no me resisto a compartir contigo, es perfecta para que te hagas una idea del país al que vienes y de las otras posibilidades que se cerrarán si no despiertas a tiempo. La obra de la que te hablo se titula Body Language y en ella se decía lo siguiente: "los alemanes... quieren saber exactamente qué derechos tienen, y creen que solo una obediencia en buen orden a ciertas reglas garantiza una conducta civilizada". Por si no se entiende: estuve de viaje este verano en Baviera sin ver un solo policía durante toda la estancia -el único que vi se encontraba en el aeropuerto, y no parecían gustarle los hombres bajitos con barba. Esto da que pensar, amigo sirio, imagina que me sucede algo en Alemania, que también puede suceder y sucede, ¿a quién acudir y quién acudiría en mi auxilio? Podría sucederme algo allí y no sería capaz de distinguir un policía de un tendero o de un conserje con uniforme, todavía no sé cómo viste un policía en Baviera. El verano anterior estuve en Copenhague -disculpa si te aburro con mis vacaciones de verano, parezco uno de esos profesores universitarios...-, y tampoco allí se dejaban ver las fuerzas del orden, a lo mejor en algún momento cruzó delante de mí un vehículo de la policía, pero sinceramente, no lo recuerdo. Sí vi en una ocasión a dos policías en Frankfurt, uno de ellos era un rubio de pelo largo que llevaba un pendiente -¡cómo no habría de recordarlo! En España la presencia policial es incomparablemente mayor que en Alemania y en Dinamarca, ya lo verás. Personalmente, no tengo nada en contra de la presencia policial, no me considero dentro de un perfil delictivo, no tengo problemas para comprender el concepto de libertad social ni me siento incómodo por el límite que toda libertad me impone, soy así de simplón. No obstante, no puedo dejar de preguntarme por qué un alemán o un danés no necesitan que haya apenas policías en sus calles cuando un español se cruza con ellos cada pocos metros. La presencia policial en nuestras calles tampoco ha resuelto muchos de nuestros problemas, yo diría de hecho que nos deja perplejos, a mí al menos. Hace una semana observé una situación típicamente española: una pareja de policías multaba a un ciclista por una maniobra en la calzada mientras en la acera de enfrente un equipo de "ciudadanos europeos" -rumanos y búlgaros- rodeaba a otro de turistas coreanos para ofrecerles sus servicios financieros. Esto es España. Pero voy ya al asunto que veo que me estoy perdiendo. ¿Cómo hacer de un sirio un buen español?
Lo primero que tienes que hacer cuando llegues a España es comprarte una radial. Una radial es una herramienta de entretenimiento de uso muy extendido en España, se emplea para casi todo lo imaginable, yo creo que hay gente que cocina e incluso barre el suelo con una radial, cualquiera de tus problemas puede resolverse con una radial, pregunta al especialista por la que haga más ruido y más desagradable, ésa es la radial española. Sobre el horario y la molestia que puedas causar a los vecinos con ella, ni te preocupes, entre las 8 de la mañana y las 11 de la noche es siempre posible echar abajo una pared, y si necesitas más tiempo, tampoco pasa nada, nadie va a quejarse ni nadie vendrá a impedírtelo. ¿Significa esto que, a diferencia de los alemanes, un español no quiere conocer exactamente sus derechos? Significa en realidad que en España pisoteamos los derechos en cuanto entran en conflicto con nuestras insaciables libertades, y tiene gracia porque unos y otras son lo mismo, pero ya verás lo brutos que somos por aquí. En España padecemos de eso que Herbert Spencer llamaba "sobrelegislación", legislación de más, pero incluso así somos incapaces de reconocernos y hacer que se respeten nuestras libertades porque siempre hay quien tiene más libertad, y no hay nadie que se oponga ni se lo impida.
En España esta permitido casi todo lo que puedas imaginar, no te preocupes por lo que diga la ley, que tampoco nosotros nos preocupamos. España es el país de la libertad, de la Libertad en mayúscula, como a veces se dice. La libertad se entiende desde la necesidad: cualquier cosa que necesites, hazla o resuélvela con total libertad. La libertad hace, por supuesto, nuestra vida mucho más cómoda, y en el ejercicio de nuestra libertad, nada más existe: los españoles somos, ante todo, seres libres, si vienes a España, vendrás a la tierra de la libertad.
De las muchas otras cosas de las que habría de prevenirte, es prioritaria, además de la chinización o chinificación de España, la ya muy avanzada rumanización o bulgarización de los españoles. Fíjate que tengo otra cita de la misma obra ya referida. Fast menciona a un profesor norteamericano desconocido para mí, Stanley E. Jones, que se había dedicado al estudio del lenguaje corporal de las minorías étnicas en New York. Este profesor sostiene que "hay una cultura de la pobreza que es más fuerte que cualquier base étnica subcultural" -¡menuda joya de cita! Verás, yo siempre he querido ver el mundo como lo haría un europeo, sentirme europeo, no oculto mi admiración por lo superior, y sin embargo, mis compatriotas solo miran hacia abajo. Hubo un tiempo en que, en efecto, los españoles queríamos ser como los británicos, como los alemanes y franceses, pero no hemos podido aguantar ese ritmo, como se dice en el argot ciclista, Europa nos ha "sacado de punto", nos hemos rendido y hemos cedido a lo inferior, que en el fondo se adapta más a nuestras características -decía un carterista rumano en la televisión que en España se camuflaba muy bien entre la población, y es más, es que un español ya se camufla muy bien entre los búlgaros y los rumanos, que, por cierto, superan los 2 millones entre nosotros, ¿acojona, no? Donde se juntan un rumano, un búlgaro y un español, ¡allí hay libertad de la buena!
No puedo cerrar estas observaciones sin hablar de tus posibilidades reales de integración laboral en España. Nuestros abuelos fueron en gran número emigrantes internos, marcharon del campo para ser explotados en las ciudades, no ganaban mucho con ello pero al menos tenían trabajo. Nuestros padres fueron trabajadores cualificados, muchos todavía en la industria, nuestros hermanos mayores se hicieron funcionarios y entre todos hemos mandado todo a tomar por el culo: nuestros abuelos han muerto, nuestros padres son ahora los abuelos que nos ayudan a vivir con su pensión y el funcionariado está muy mal visto, se identifica con una forma de delincuencia de guante blanco, sobre todo en la sanidad y en la educación, pero de esto te hablaré otro día. Viven entre -o junto a, o con- los españoles cerca de 10 millones de extranjeros o inmigrantes, y no es fácil contabilizar el número de ciudadanos ilegales. Yo no me opongo a la llegada de refugiados, solo quiero llamar la atención sobre algunos aspectos, como puede ser el hecho de que Finlandia cuente con una población extranjera que supone el 2% del total y donde es imposible vivir en la ilegalidad frente al 10% de la población española con un importante número de ilegales que no nos importan. En Suecia sucede algo parecido, y en Dinamarca, donde los extranjeros suponen el 4% del total y es imposible permanecer allí en la ilegalidad -yo admiro a estos países donde todo está siempre tan claro. Gracias a los chinos, acabamos con todo el pequeño comercio familiar de nuestras ciudades, gracias a los latinoamericanos nos libramos del trabajo ingrato de la construcción y el servicio, y gracias a los europeos del Este liquidamos a la baja los salarios que se disputaban con los latinos, mucha mano de obra para tan poco trabajo, luego un 25% de desempleo: el mundo es muy extraño, pero España lo es más, el país de la solidaridad.
Solo me queda desearte la mejor de las suertes. No descarto la posibilidad de que encuentres un trabajo, siempre que aceptes por él menos de lo que ya se paga a un rumano o un ucraniano, que a su vez perciben menos de lo que ya recibía un latino cuando era tan caro pagar dignamente a un español. Para cualquier cosa que necesites, aquí estoy.


Yvs Jacob


(¡P. S.! En España, orinar en la vía pública es siempre posible; cagar, por alguna razón, está mal visto).

lunes, 7 de septiembre de 2015

¿A quién le importa Catalunya?

He viajado poco por Catalunya, debo reconocerlo, pero lo poco que haya sido, ya ha sido más que suficiente, porque hace años que decidí no volver a poner un pie allí, una tierra de ingratos, bobos, provincianos y horteras que no dejan de mostrarnos cada día lo muy españoles que son cuando se empeñan en negarlo. Yo odio tanto a España como detesto Catalunya, y la verdad es que no me importa si son una o son dos, si están juntas o separadas, tengo claro que nunca he vivido por la una ni por la otra ni pienso morir por ellas: que nadie cuente conmigo cuando empiecen a repartirse las hostias. En mi modestísima opinión, las reivindicaciones catalanas han alcanzado un grado tal de hastío entre propios y ajenos que ya nadie sabe muy bien de qué se habla cuando se refieren los supuestos males que padece el pueblo catalán por ser circunstancial o accidentalmente español, lo que se expresa en hiperbólico lenguaje como "el encaje de Catalunya en España", "la nación cultural catalana", "la dignidad de los catalanes" o "la libertad para elegir la libertad". A mí estos debates me han agotado, quizá porque en su momento los tomé muy en serio, aspectos como la dignidad y la libertad son en sí mismos muy serios, y cuando escuchas un día y otro a unos bárbaros estupidizados y estúpidos trivializar su esencia, despierta en mí la tristeza que podría despertar un chimpancé que golpeara el espejo donde ve a otro que no es él mismo: los catalanes me dan pena. Me cuentan que a veinte días de las elecciones en Catalunya hay allí tanta ilusión como perplejidad. Hay ilusión porque los devoradores de mitos se han convencido de que la independencia es ahora real, que apenas resta su sanción en la urnas como pura formalidad teatral, pues de hecho es suficiente con que los mitófagos digieran el bolo de la singularidad originalísima y excluyente para que una ficción se haga realidad, y como esto ya se ha producido, Catalunya ya vive separada de España aunque todavía no lo celebre. Perplejidad, sin embargo, ante la reacción escasa del resto de los españoles: salvo los políticos profesionales y el periodismo chupapollas, ni la menor movilización a favor o en contra de lo que pueda suceder. ¿A quién le importa Catalunya? Fríamente considerada la cuestión, se trata de que una parte de un todo amenaza con separarse, la cuestión es de la mayor importancia para esa parte, mientras que las demás siguen indiferentes la marcha de los acontecimientos, no hay hermanamiento ni oposición violenta, a una parte que se quiere marchar solo le corresponde la indiferencia -yo vivo la vida en una reivindicación permanente del valor positivo de la indiferencia y de la satisfacción del yo, y cuando el yo se agote, me tiraré por un puente sin patalear ni despotricar. Los catalanes se separaron de los demás españoles hace décadas, es más, su tan sobrevalorada singularidad española les ha impedido mostrarse a los ojos del resto como compatriotas leales, han extendido sobre nosotros el manto de su desconfianza, son insaciables como solo pueden serlo la estupidez y la ignorancia, han buscado la desafección ajena como una obsesión y nos han cansado con su retorcido cinismo, no quieren nada y lo quieren todo a la vez, quieren decidir su suerte y decidir también nuestra decisión favorable, es repugnante e insoportable.
El periodismo chupapollas, fiel al espíritu de trinchera, puja por adjudicar la culpa incuestionable; así, según la Cadena Ser, el culpable es Mariano Rajoy, aunque según la batería de medios de la derecha española, más culpable es Rodríguez Zapatero que Artur Mas, que está loco, porque, ojo, no es lo mismo hacer algo con maldad, como fue el caso de Rodríguez Zapatero, que hacerlo porque uno está loco, pues el loco juzga mal o no juzga, y Artur Mas está para que lo encierren. Los políticos profesionales, sin que la estrategia sea unánime, se esfuerzan ya en poner diques o en tirar pedruscos. Hay un dique entre los que se han empleado que ha llamado mi atención, el que apela a la competencia común para resolver "la cuestión catalana". Según sus ideólogos, debe prevalecer la forma, esto es, la parte no decide sobre el todo. Aquí piensan que nos han cogido por las pelotas, pero, una vez más, es no querer enterarse de lo que sucede. Yo renuncio a ese derecho y pido a los timadores que no me lo reconozcan, que lo ejerza quien quiera -mi vecino de enfrente arroja las colillas por la ventana, decenas de búlgaros y rumanos acechan cada noche mi cubo de la basura: como se puede apreciar, yo ya vivo en un mundo con problemas de verdad, o diría que vivo en un mundo de lo que Chomsky llama "enigmas", problemas sin solución, claro, sin solución cuando no se vive en un país normal.
Amigos de Catalunya, yo os digo que se acerca la hora de la verdad y os pido si os tenéis que marchar, cuanto antes, mejor, que vienen los sirios, y yo ya no pongo un pie allí ni para hacer transbordo.


Yvs Jacob

viernes, 5 de diciembre de 2014

Le quitan la alfombra roja a Íñigo Errejón y se enfada

¡Pues vaya!
He escuchado a algún creador de opinión que la hostilidad hacia Podemos va en aumento. Ya empezamos con las picaduras en las pieles más sensibles. Que la corrupción estaba llevando a Podemos en carroza -imagen acertadísima de Iñaki Gabilondo- sobre una alfombra roja es un hecho que no se puede negar. Cada día un nuevo caso de corrupción y un poco más de mierda que va saliendo de otros más viejos; todo está podrido, la sociedad española es la más vil e inmoral que quepa imaginar, sus gobernantes no son más que otros tantos ciudadanos a la medida de esta sociedad y su indecencia no es en absoluto peor, sino la normal, la media, la que se espera dentro de este pucherito peleón que es nuestro país. Pero hay quienes se escapan de la caverna de Platón, y como es obligado, pues el cometido del sabio es realizar el imperativo de auxilio, vienen al rescate. Una raza de hombres sin tacha, correctísimos, los únicos capaces de separar el bien y el mal y no cometer errores: son, como tantos catalanes, sin pasado, sin historia. Por supuesto, todos nos ponemos muy contentos por su advenimiento, pues es cierto que con cada revolución y contrarrevolución se nos ha dicho que hombres así vienen a salvarnos, y es cierto también que nunca han dejado de llegar y de venir, y llegan y vienen, y luego se van y vienen otros, y así ha transcurrido la historia, con hombres que ven la luz y vienen a rescatar a otros hombres, sin que nunca termine la humanidad de ser rescatada ni de recibir sabios y sabios y más sabios que toman a su cargo la gestión de todas las cosas por nuestro bien. Pero esta vez, se nos dice de nuevo, es diferente, esta vez, sólo esta vez, la cosa está tan mal que es el momento de que los hombres nuevos sean más nuevos que nunca, y esta vez, se nos dice de nuevo, los hombres nuevos llegarán. Y así hemos empezado a chuparnos las pollas, como dijo el otro, y venga a chuparnos y a chuparnos las pollas, que esto es cosa de sentarse a mirar las obras, o mejor, la destrucción, que ya llegamos nosotros, los buenos hombres nuevos. ¿A nadie le resulta todo ya muy familiar? Yo no creo que haya ninguna hostilidad hacia Podemos, más bien creo que se les está dando la bienvenida al mundo de la política como se ha hecho desde milenios: primero el azote y después a llorar. Hubiese sido una ingenuidad grosera creer que por muy buenas razones e intenciones que tenga un grupo político no nos iba a interesar si el padre de alguno de sus dirigentes duerme con braguitas. Pero amigos de Podemos, ¡de qué os creéis que estáis hechos! Aquí somos todos iguales. Quiero decir que en España hemos tenido incluso guerras civiles por demostrar quién era el más docto en moral, quién viene y está limpio y quién no puede gobernar, aunque, claro, cuando esto lo decide la fuerza al final los medios invalidan el fin, porque en realidad una cosa con la otra no tiene nada que ver. Llevamos siglos peleándonos y acumulando atraso en el desarrollo de nuestra sociedad porque nos encanta recibir las carrozas a pedradas y mearnos en las alfombras rojas, que no estamos eligiendo al delegado de curso, señores, que todo es mucho más serio. No sé cuánto hay de cierto y cuánto de construcción en el "caso Errejón". María Malamenti me anima a que tome parte por el chiquillo, me dice: "es toda la puta universidad la que apesta", y cosas por el estilo. Recuerdo una conversación entre docentes universitarios hace tiempo, una vez que fui a visitar a uno de ellos que había sido uno de mis profesores en otra parte. Cómo no será la universidad en España cuando los profesores pierden por completo la decencia unos con otros y frente a los demás. Hablábamos en un pasillo cuando uno de los docentes más veteranos de la institución se acercó para saludar a quien había sido mi profesor. Con toda la curiosidad más impúdica y sin la menor reserva, lo abordó: "oye, pero ¿tú has entrado por aquí o por el otro sitio?". Y todos allí sabíamos que no se estaba hablando de lo que no se estaba hablando, y que mi querido profesor había entrado por el otro sitio, que es por donde se entra en la universidad cuando no eres alumno o estudiante, que habitualmente se usa la puerta. No nos volvamos locos con el "caso Errejón". Apliquemos el mismo celo para combatir a los demás mercenarios de los que se valen los medios de comunicación y los partidos políticos para llevar su voz a todos los rincones más sucios. No obstante, cuidado, amigos, que también me dicen que la madre de Pablo Iglesias tiene un punto dicharachero que no le conviene a este negocio: mucho cuidado con subirse a la carroza en zapatillas de andar por casa, que llueven hostias y hay que saber moverse con agilidad.


Yvs Jacob

viernes, 28 de noviembre de 2014

Yvs Jacob pone en marcha la iniciativa "Larguémonos"

Ahora que todo el mundo habla de Podemos, de lo fácil que los partidos de la casta se lo están poniendo a la tropa de Pablo Iglesias para ganar el gobierno de varias Comunidades Autónomas e incluso para decidir quién reordenará los sillones de La Moncloa, creo que es hora de verdad de apagar la luz y salir corriendo. La Cadena Ser, que lleva en esto de construir la opinión, dirigirla y actuar sobre la realidad mucho más tiempo que los brotes rebeldes de Podemos les puso un anzuelo a los chiquillos que no tardaron en morder. El pasado lunes ya podía escucharse a Íñigo Errejón -reciente protagonista del extrañísimo caso del académico que ocupa una plaza universitaria por la atracción natural de méritos y contactos (métase al horno con una pizca de opacidad y secretismo entre sabios)- hacer campaña para los suyos en la tertulia política de Hora 25. Y por primera vez la fórmula Podemos se me hizo cansina -Pablo Iglesias ya me había cansado antes, es tan joven... Íñigo Errejón me recordaba a esos estudiantes de doctorado con la ínfula alta que recomiendan bibliografía sin pudor en el delirio conocido como "suplantación del docente", que no refiere a las continuas reformas de planes de estudios por las cuales el mismo titular pasea los papeles amarillos de un curso a un máster, y siempre por más dinero, sino al hecho impúdico de que los doctorandos se convierten para sí mismos en personas muy interesantes. Igual que me sucede con el PP, me resulta imposible tomar en serio a esta pandilla que se arremanga la camisa y defiende la libertad de Catalunya. Es cierto que el mundo del PP es una orgía de lo grotesco, y sin embargo, que el circo pase a gestionarlo un trío con semejante cartel, Iglesias-Alegre-Monedero, me arrastra por el yerma desolación sobre la cual creí haberme dejado ya la primera capa de los huesos. Entre el hijoputismo y el bonismo que sale a borbotones, entre el panderetismo de chiringuito y lo infinitamente guay, entre la caspa y la anticasta descubro una vez más que España está perdida, que no merece la pena luchar por ella y que lo mejor es huir sin mirar atrás. Tengo la impresión de que triunfe quien triunfe no se conseguirá sino ahondar en los vicios del vivir hispánico, el barbarismo hortera por excelencia. Por otra parte, entre chinos, indios o pakistaníes, chatarreros, pedigüeños y delincuentes rumanos y búlgaros, camareros y albañiles de la Europa del Este y rusos que se cobran la revancha de su historia en el país con el índice más elevado de analfabetos orgullosos ya parece que España haya acometido la renovación de su sociedad, luego a los de Larguémonos nadie nos echará en falta. España ha sucumbido ante sus nuevos conquistadores -pura ironía, los pobres disputándose la nada. Lejos de renovarnos en generaciones ordenadas y mediante el trabajo, como en los países civilizados -¿sanos, normales...?-, España ha optado por la subasta al menor postor, quién puede hacer lo que sea y por menos, quién puede hacerlo todo por nosotros, y es así que abrimos la puerta a un ejército del terror del que ya no nos libraremos. España es un país raro, no sólo un país enfermo, sino raro. La obsesión española por el dinero es de un interés clínico. Cierto es que tal obsesión no nos pertenece con exclusividad, no obstante, lo descacharrante aquí refiere al modo como los españoles prefieren antes la destrucción de su mundo que pagar por conservar el mañana. Un pueblo, como digo, enfermo y raro. La obsesión británica por el dinero, al contrario, ha ido siempre encaminada a la preservación de un mundo. Great Expectations es una de las más brillantes reflexiones sobre ese motivo que yo haya leído nunca. Esta novela contiene además el único momento en que Charles Dickens fue divertido, y cuesta creerlo. Un personaje explica a Mr Pip en qué consiste en efecto ser rico: "You may get cheated, robbed, and murdered, in London. But there are plenty of people anywhere, who'll do that for you". España no podría desarrollar este tipo de humor fino, para ello sería necesario una clase no sólo rica sino educada y con capacidad de alimentar en los demás "great expectations", y mucho tiempo, muchos siglos de acción social en la dirección adecuada, pero ¿no parece que sí hayamos desarrollado una actitud británica ante el dinero? Un espejismo: allí hay un pueblo consciente de su historia. La referida clase o élite jamás conoció la existencia en España, la sociedad española es hoy la misma que ya deliraba en el retrato que hizo Montesquieu en las Lettres Persanes, que nos presentaba como el país de vagos y guitarristas vociferantes que tanta vergüenza da. Esta sociedad que ha hecho posible a Esperanza Aguirre o a María Dolores de Cospedal, que no en vano celebra que a ellos, a los del PP, les gusta mucho España, nos hiela el corazón a otros y activa nuestros instintos de supervivencia. El vivir hispánico es delirante y vicioso, el vivir hispánico es el más irracional de los hijoputismos, y siempre por unas monedas de mierda -un país raro es aquel donde los muertos de hambre tienen sirvientes y todos se preguntan por qué les va tan mal. Igual que los partidos de la casta abandonaron a los españoles en la escombrera de la pobreza, donde los pobres no hacen sino amontonarse, la doctrina Podemos de la felicidad social pretende convencernos de que nuestra situación se debe especialmente a un problema técnico de recaudación, un desajuste fiscal, de modo que basta con que las grandes empresas y los grandes capitales participen en la medida justa y legal para que el sueño no se acabe. Yo esto no me lo creo, soy más partidario de una buena poda a nuestra sociedad y del despiojamiento severo. Por mucho que pese, a una sociedad sana se llega después de muchas curas, y aquí hay gangrena, podredumbre y putrefacción, la carne se cae a cachos. Nos ha dado tanto el sol en la cabeza que el cerebro se nos ha puesto duro como un melón a los señoritos de la miseria...
Me preguntan si la iniciativa Larguémonos funciona también con los tan llevados y traídos círculos y en plataformas. Más o menos. Larguémonos funciona con aeronaves. Yo ya me he pedido una familia danesa con fuertes prejuicios nacionales que pueda introducirme en la pertenencia a un pueblo que se preocupa por sí mismo y cuyas instituciones, legales y ante todo culturales, sólo existen para garantizar el complejo bienestar de los ciudadanos en una comunidad cuyo impulso natural es la persistencia como tal. Yo os animo a todos a que solicitéis asilo en esos países cuyas sociedades han descubierto la importancia de cuidarse, pueblos que no tienen miedo a darse leyes que libran a los ciudadanos de la vileza que es la ostentación de la pobreza. España es hoy un mundo sin ley donde en nombre de la riqueza y de la pobreza todo está permitido. A la mitología neoliberal que convertía el pillaje en astucia sucederá la bondadosa mirada del gobernante benévolo, una figura paternal y algo divina que busca ejecutar en cada uno de sus actos la justicia milenaria que le ha sido burlada al pobre. No saldremos adelante. Hay pueblos que van hacia alguna parte sin salir de ellos mismos; otros hay también que no pueden salir de la nada porque no pueden dejar de ser lo que son. Larguémonos.


Yvs Jacob

viernes, 21 de noviembre de 2014

Símil sobre el independentismo en Catalunya

Dos catalanes caminan por una calle cualquiera de ese país sometido y amenazado de exterminio por el pueblo español. Uno de ellos no oculta ser partidario de la independencia de Catalunya, y no es que lo muestre, quiero decir que no lleva signo identificativo alguno que pueda informar de sus ideas -¿sentimientos?-, lo cual sería bastante absurdo, por cierto, aunque difícil es hoy en día y en este asunto diferenciar lo absurdo de lo disparatado; en cualquier caso, es lo que se llamaría "un independentista", y el otro, que no lo acompaña, sino que también camina por ahí, no lo es: a saber, no comprende cuál es el problema de esos otros catalanes que sufren la incomodidad de que su nación cultural forme parte de una entidad ¿superior? llamada España -¿Estado español, como cuando U2 actúa en el Estado español? ¡Cielos, en qué momento nos volvimos todos locos! El independentista y quien no comprende el mal que sufre quien padece de independentismo -¿porque tal vez habría que aclarar primero algunos conceptos -qué es un pueblo, qué es una nación, qué es la historia...? Y otros: qué es España, qué es Catalunya...- presencian la colisión de un automóvil y una motocicleta. Inevitable es que el hombre haga juicios, que no es más que atribuir a un sujeto un predicado. En el libre juego de su capacidad para enjuiciar, el independentista sostiene que el culpable del accidente es el conductor del coche; por su parte, quien vive ajeno al hervor de la independencia juzga que la culpa recae, al contrario, en el conductor de la motocicleta. El primero tiene razón.
Por si acaso no queda lo bastante claro. Una receta de cocina recomienda que un plato permanezca dentro del horno a determinada temperatura por un tiempo determinado: sean cuales sean el tiempo y la temperatura que juzgue un independentista, así serán el tiempo y la temperatura correctos. Si hay coincidencia en tiempo y temperatura entre varios independentistas, entonces se habrán alcanzado el tiempo y la temperatura "democráticos". Arte diabólica es, que diría don Nicolás.


Yvs Jacob