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Y el liberalismo nos dio la libertad... ¡para esto! |
Decía hoy un ciudadano anónimo madrileño en televisión que "todo lo que sea libertad" le parecía bien, y repetía con estas palabras el mantra de los analfabetos, porque una cosa es pedir libertad cuando se vive en un régimen autoritario y otra que no tiene nada que ver es destruir la igualdad de oportunidades dentro de un régimen democrático que busca precisamente garantizar que el derecho de unos no condene a otros a perder lo que les corresponde, y esto es quizá lo único que merece ese bello nombre,
justicia. Pero cuando los analfabetos se hacen con el gobierno de una región en España, y cuando esos mismos analfabetos se mantienen -como ellos dicen-
en el poder durante mucho tiempo, entonces el mundo comienza a hacerse pedazos, todo cambia, y lo que resulta es una perversión de grado grotesco, por cuanto en la confusión se cree ver gigantes donde sólo hay montones de mierda. Y así ha sucedido en Madrid, que con la liberalización de los horarios comerciales han vencido los montones de mierda, y hay quien los ha tomado por gigantes con la ingenua idea de que el consumo sin restricciones (?) impulsará la economía, la ingenua idea de que hay un problema en cuanto a la libertad de los consumidores y de sus amos, y no unas reglas que equilibran las opciones de todos para ganarse la vida en la sociedad común. Pero en Madrid ya se ha visto que la ley que impera, la de los analfabetos, es la ley de lo peor, la ley del mundo al revés: mejor educación pública con menos docentes, mejores servicios médicos con gestión privada y asegurada por los impuestos de todos los ciudadanos y ahora, como gran solución a la crisis económica, la ruina de todos los pequeños comerciantes nacionales para estimular el consumo. ¡Pero de quién! Ya hace tiempo que todo va muy mal y que la situación en Madrid es una desquiciada y desesperada. A mí ya me dio la cabeza varias vueltas sobre algún eje incierto cuando escuché el pasado miércoles a Mariano
el Notarías, que se había presentado en el Congreso a informar a la sociedad española sobre la realidad, hecho en el cual insistía el presidente de las Solomon Islands, cuando lo escuché justificar la reducción de la prestación por desempleo como estímulo en la búsqueda de empleo, cuando habíamos creído durante tanto tiempo que a seis millones de personas les faltaba el trabajo que no existía, y no que al trabajo legalmente regulado y fluyente le faltasen seis millones de personas. Me reí también de quienes habían votado a este botarate, porque los pobres no pueden ir por ahí votando a quienes tienen cuatro casas y un despachito, y si lo hacen, entonces pasa lo que pasa, que quienes tienen mucho miden mal el esfuerzo de su vida y piensan que quien nada tiene es porque no ha hecho lo suficiente, y esto, amigos pobres y sin juicio, es una auténtica patraña, porque de lo que se trataba hasta ahora, cuando fuimos demócratas y un poco socialistas, era de ponderar las condiciones de inicio que garantizasen la mayor igualdad de oportunidades, y de nuevo, cuando renegamos de lo que fuimos, los pobres no pueden ir al médico ni mandar a sus hijos a la universidad, y todo por haber votado a unos que siempre lo han tenido todo y que se permiten decir a los miserables que la vida es muy dura, la vida, eso que en el Congreso llaman
realidad. Los que tienen cuatro casas y un despachito, como Mariano
el Notarías, pueden no tener las peores intenciones cuando toman determinadas decisiones, pero desconocen tanto el mundo de aquellos que las van a sufrir que sólo desde la psicopatología puede explicarse que estos últimos voten a los primeros. El liberalismo en Madrid sólo ha traído tiendas de chinos y bares de mierda, la capital es ahora más fea que cuando tenía aquel carácter de ciudad gris, hay un pedigüeño rumano en cada esquina, pakistaníes y orientales vendiendo bebidas a cualquier hora por las calles y en cualquier evento, se monta un
top manta en cada avenida comercial y en cada hueco donde cabe un colchón hay gente tirada y hasta han vuelto los
junkies; pero es que hay miles y miles de jóvenes sin empleo y sin posibilidad alguna de lograrlo por la hipertrofia de la hostelería, y a los políticos regionales no se les ocurre otra cosa que liquidar a los pocos que sí trabajan en su negocio familiar y tradicional. Aquí no falta precisamente libertad, aquí lo que hace falta es una reflexión acerca de cómo cuidarla, porque la libertad en una sociedad democrática es siempre un límite expresado en una ley, y tal límite no es caprichoso, sino justo: la libertad en una sociedad democrática no puede favorecer a unos y perjudicar a otros, eso existe en otros regímenes, pero en democracia, no. La libertad para destruir una sociedad, o como quieren llamarla, la
liberalización de los horarios comerciales, no creará ningún empleo, aumentará sin duda los beneficios de quienes disponen de los hombres sin piedad por la concentración de consumidores, sobre todo en un país sin el menor espíritu de solidaridad nacional como es España, pero que todos gasten su dinero en los establecimientos o superficies de unos pocos no tendrá como consecuencia sino el aumento de la riqueza de estos, que recaudarán lo que antes se repartía entre muchos, y si alguien piensa que al tiempo que las grandes superficies y los establecimientos de los orientales van a sobrevivir en la competición los pequeños negocios familiares madrileños, ése, si es un ciudadano común, es un idiota, pero si se trata de un político con capacidad de decisión, entonces representa un peligro tal que habría de ser eliminado de inmediato por las consecuencias trágicas de su estupidez.
Españoles, ¿pero qué cojones estáis haciendo? ¡Vais a acabar con todo!
Yvs Jacob
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