Están sucediendo cosas muy extrañas, y voy a declararme incompetente para analizarlas, quedan muy lejos de los momentos más divinos de mi humana capacidad de discurso crítico y comprensión. Hace unas semanas nos enteramos los españoles de que Manuel Fraga Iribarne había sido el padre de la democracia en España, y la verdad es que si hubiese salido algún periodista con el micrófono en la mano a la calle, ni entre 100 ni entre 200 viandantes interrogados espontáneamente hubiera encontrado ninguno que le dijera eso, y hasta es probable que 15 o 20 coincidiesen en que el benefactor había sido David Hasselhoff. Pero no es éste el único episodio relacionado con Fraga que pone de manifiesto la fuerza alucinógena de los medios de comunicación de la derecha opinácea en la nueva marcha hacia atrás en el tiempo del PP, porque el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, ha debido de leer alguna obra de los más egregios historiadores del momento -César Vidal, Pío Moa...-, o quizá algún editorial del futurible académico de la RAE Pedro J. Ramírez donde se cuentan las cosas mal por el bien de todos, hasta el punto de confundir nada menos que al titular de una cartera ministerial, que se atrevió a comparar a Manuel Fraga con Pablo Iglesias. Y no he querido consultar más medios de comunicación por el temor a que Esperanza Aguirre se hubiese fijado el objetivo de subir el listón, esforzada dama que es.
Pero ha fallecido el artista Antoni Tàpies y he sentido una gran curiosidad por conocer el modo como la crítica puntual, que tanto elogia en los obituarios, trataba su obra, y me permitiré el chiste malo de que el propio Tàpies la trataba bastante mal. Después de leer y escuchar a los periodistas, a los expertos y a los que opinan porque están por allí, se lleva uno la impresión de que en España andamos muy finos en cuestiones de gusto, que quien más quien menos entiende el arte abstracto o la abstracción, y que quizá estamos siendo algunos demasiado exigentes con las cacas de perro que el vecino de la otra calle abandona en la nuestra... Será que las habíamos interpretado mal.
Siempre he tenido dudas acerca de la abstracción, un tipo de arte del que yo me arretiro pronto, un arte para catedráticos, cierto. Y qué sorpresa no me habré llevado al enterarme de que Tàpies escuchaba música de Richard Wagner, y no, como podría pensarse, esa otra más habitual de las noches de jueves en las galerías de arte, música, por así decir, que resulta del ruido que hacen un hijo de puta que sopla un clarinete y otro que raspa un violonchelo, sin que se le ocurra al violonchelista clavarle el clarinete en el pecho al otro, ni a éste atravesar la caja del violonchelo con la cabeza del anterior. Música, por así decir; aunque da bastante igual cuando empieza a correr la cocaína y se llega a la conclusión de que como mejor suena el clarinete es a golpes contra el suelo. Richard Wagner, como en el chiste de Woody Allen, puede despertar en uno las ganas de ocupar Polonia, pero esas obras que hacía Tàpies, esas composiciones con manos y ojos así como al azar sobre un lienzo, a Wagner no me suenan.
También me ha llamado mucho la atención que la prensa de derechas, incluso la de Madrid, admirase sus obras, cuando lo más propio hubiera sido juzgarlas invocaciones del demonio, obras, por otra parte, en las que no se encuentran ninguna crucifixión ni una triste madonna. A ver si se han equivocado con alguna otra cosa...
Yvs Jacob
miércoles, 8 de febrero de 2012
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