El mayor problema para la democracia en España es el PP. Sus dirigentes no la comprenden en esencia, están convencidos de que lo democrático consiste en introducir en la urna el voto favorable, y sólo el favorable, pero nada saben de la sociedad electora, y quien nada sabe de su sociedad no merece tampoco alzarse con el gobierno. Por desgracia, el PP ha ganado el gobierno de la nación, desgracia que se suma a otras no tan parciales, como los diferentes gobiernos autonómicos en los que impera el conflicto y el desastre. La ideología conservadora es todavía más despreciable cuando la impulsa y defiende el PP. Es cierto que ya no hay ninguna posibilidad de triunfo de la izquierda más tradicional, la que rechaza el libre mercado y pretende romper con las distinciones de carácter clasista, pero existe sin embargo la posibilidad de votar a partidos de la izquierda liberal, responsable y moderada, que apenas se diferencia de la derecha en cuanto a la economía se refiere, no más allá de acortar o extender cantidades y plazos que aquélla extiende y acorta en sentido contrario. Aunque siempre se habla de la importancia de la alternancia como síntoma de buena salud en las sociedades democráticas, debe observarse que la alternancia en sí misma supone una neutralidad despreciable -el cambio por el cambio es otra manifestación más de la irracionalidad contemporánea. Pero la alternancia requiere capacidad de alternativa, esto es, que un votante pudiese al menos meditar si convendría que su voto no fuese a su habitual destinatario, por muy fiel que le haya sido en la desgracia y en la prosperidad. Sólo un idiota se detendría a considerar si su voto podría dirigirse hoy al PP después de muchos años de apoyo al PSOE. El PP no será nunca una opción para aquellos votantes conscientes de que, incluso cuando el PSOE no consigue sacudirse todas las pulgas, no hay otro partido, excepto el residual IU, que pueda serle más inocuo, y atiéndase a la negatividad de esta observación. Es comprensible la tentación de abrir las puertas y las ventanas -el PSOE gobierna en Andalucía desde los orígenes de la Autonomía-, pero hacerlo ahora sería echar más gasolina al fuego, pues ya se sufre en el ámbito nacional al peor partido en el gobierno en el peor momento, y entregar por completo la administración y la gestión de la cosa pública a unos ignorantes depravados no beneficiará en absoluto a los andaluces ni a todos los españoles. Estoy convencido de que el PSOE que muchos esperamos llegará, si acaso alguien toma nota de las actitudes que los ciudadanos valoran en los políticos, y si acaso alguien está componiendo un ideario adecuado para una socialdemocracia racional, consciente de los límites de todas las materias brutas que intervienen en la sociedad, desde los hombres hasta el capital. Pero este PSOE de ahora es lo único que queda, incluso en Andalucía, y se hace más necesario que nunca mantener esa llama encendida para confiar en que otro renovado en su espíritu tendrá una oportunidad. Si Andalucía también cae, ¡qué será de todos nosotros!
Yvs Jacob
viernes, 17 de febrero de 2012
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