Y por fin, un poco de coherencia. Tras las declaraciones del ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, es seguro que mañana nos encontraremos con un buen montón de demagogia en los medios de comunicación, los de la derecha gozosos de sadismo, y los de la izquierda con la sospecha de que una mayor presión sobre la sociedad a propósito de ciertos deslices que hasta ahora han sido tolerados podría tener como consecuencia una posterior revisión y amenaza de las auténticas libertades legales de los ciudadanos. En ambos lados, un buen montón de demagogia. España se ha convertido en un paraíso de delincuentes extranjeros, y no es que faltaran aquí, pero que vengan otros de fuera para sacar provecho de nuestra buena voluntad, de nuestra tolerancia, eso duele más. Existe una delincuencia que muchos juzgan necesaria, porque es un fleco que tarde o temprano permite dar con un pez gordo acomodado en su industria del crimen. Este mito, sin embargo, está sobrevalorado; el mercado negro, la prostitución, el tráfico de drogas... todo se podría combatir de manera decisiva porque el Estado cuenta con todos los medios para ello. Lo que de verdad desconcierta al ciudadano es el establecimiento de lo que he llamado una industria del crimen, esto es, no un conjunto de accidentes que empujan al individuo al crimen, sino la existencia de unas condiciones en las que el crimen es posible e impugnable, que es un modo de vida más, una forma de vida que una sociedad tolera, como se toleran la prostitución o el top manta, porque no se sabría cómo ocupar a quienes se dedican a tales empresas. Pero esto es un error más, una muestra de tolerancia espuria, y debo reconocer que ha sido la izquierda la que más ha abundado en él con su exceso de buenas intenciones. El culto a la ilegalidad ha producido un nefasto efecto llamada en España; buscarse la vida aquí contempla todo el abanico de medios entre los más nocivos para nuestra sociedad, desde las cuadrillas de trabajadores del Este que han peinado la Península con la irresistible oferta de la economía sumergida hasta las grandes mafias que blanquean dinero jugando al Monopoly con el mercado inmobiliario levantino. Todo esto es terrible, de aquí no sale el menor beneficio, ni a corto ni a largo plazo. Nadie se instala en Alemania para medrar en la industria del crimen, no parece un atractivo de los que ofrece el país; a uno no lo persigue en los aeuropuertos alemanes un ejército de rumanos que ha fijado objetivo en el turista recién aterrizado, y no se comprende por qué los españoles tenemos que mostrarnos caritativos cuando vamos camino de liquidar el maravilloso Estado social que tanto y tan bueno nos había dado, hasta el punto de menospreciar penalmente la delincuencia. Que no se interprete que en Alemania no hay delincuentes, que los habrá, y, probablemente, muy cerca de su Gobierno, pero sí queda claro que ese término, Alemania, despierta de inmediato el pensamiento de la seriedad, al contrario que la jovialidad de este otro, España. Ha sido un error inadmisible de la izquierda política asociar la tolerancia de la Ley con su ideología, al suponer que lo contrario es propio de la derecha incluso en democracia. Aquí no hay izquierda ni derecha, aquí se exige orden. Suele pasarle a la socialdemocracia que, tras renunciar al combate contra el capitalismo, se empeña en atacar todas las periferias de la ideología, de manera que se le aparezca un resquicio por el cual colar alguna semilla de espiritualidad. Pero es un error: lo que se exige a la socialdemocracia es la intervención de la economía para subvencionar con ella el Estado social, y nada más. No hay que temer a la severidad de la Ley cuando ésta es justa, y suavizarla es innecesario, precisamente porque la justicia es ya la esencia de la Ley en democracia. La española es una sociedad deficiente desde la perspectiva moral; a una cultura semejante no se le puede dar la menor oportunidad para que triunfen la confusión y el desorden.
Deseo y espero que en el PSOE actúen con inteligencia: la civilización de la sociedad pasa por un buen sistema educativo, sí, pero también por la marca infranqueable de las prohibiciones: o se puede o no se puede robar, pero no se puede robar un poco, eso no lo puede expresar ninguna ley justa.
Yvs Jacob
P. S.: Ahora que pienso en la izquierda guay, me viene, no sé por qué, una observación hecha en las últimas semanas; a saber, que Josep Ramoneda hace tiempo que no compara a Bélgica con España, ¿será que cuando francos y valones sellan allí el polvorín a favor de la paz y la armonía no podemos los españoles mirarnos en ese espejo, o sólo sirve cuando se eleva el índice de la mitología?
martes, 31 de enero de 2012
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