No estoy dispuesto a admitir que la soberanía del pueblo sea alguna forma de razón incuestionable: si los españoles fuesen de verdad el pueblo responsable que con hipocresía alaba ahora el Partido Popular, mucho mejor les habría ido desde tiempo atrás. Lo que ha quedado claro tras las elecciones autonómicas y locales del 22 de mayo es que los españoles son igual de burros y analfabetos que el día anterior.
Para empezar, ni siquiera han comprendido qué se votaba, qué se elegía, ni qué supone votar o elegir. Votar es decir Sí o No a infinidad de cosas que afectan a la vida diaria, aspectos que caben directamente, en las elecciones autonómicas y locales, bajo la dirección de individuos bien identificados, cuyas dificultades para realizar con éxito la tarea que les encomienda la sociedad, y que ellos afrontan con más ego que capacidad, apenas depende de la relación económica que se establezca con la Administración central. Quien no admita esto, miente como un bellaco. Todos los gobiernos locales y autonómicos pueden hacer aquello que está dentro de las posibilidades reales de una gestión responsable y racional, y si quieren ir más allá, será sólo porque gestionan mal, porque emplean sus recursos donde o como no corresponde, en relación con el conjunto.
Esto era de verdad lo importante: quién será el presidente de mi Autonomía, el alcalde de mi municipio, precisamente lo que han pasado por alto los inteligentísimos votantes españoles.
Viene ahora el problema permanente en que se ha convertido el Partido Popular. Alberto Ruiz-Gallardón nos dio y se regaló él mismo un discursito de gloria que terminó con una singular confesión: se iba a poner a trabajar inmediatamente para resolver el problema del desempleo, lo que más preocupa a los ciudadanos. Claro, cinco mayorías absolutas -cuatro ejercicios- y nunca se había dedicado nuestro gestor municipal -detesto llamar políticos a los dirigentes del Partido Popular- a resolver ese problema, sino que era necesario aguardar hasta ahora, después de las elecciones. Qué extraño sentido de la prioridad y de la urgencia.
Y entonces apareció Esperanza Aguirre en el balcón para pedir a Rodríguez Zapatero que abandonase el gobierno, para que la agonía no durase más. Esta pésima gestora de los recursos públicos, que tiene por capricho aideológico a tantos y tantos licenciados de segundo grado y de postgrado en paro en Madrid, a tantos aprobados en las oposiciones de educación sin plaza ni opciones de encontrar un trabajo intelectual y digno, acorde con la formación universitaria de la juventud actual, se atreve a hablar de agonía provocada por otros.
Lo más triste es que los madrileños en particular, pero todos los españoles, no alcancen a comprender lo nefasto de entregar a un grupo político con el Partido Popular gobiernos a los cuales ninguna oposición puede reducir, debido a las mayorías tan amplias que salen de las urnas. Esto es cualquier cosa menos una manifestación u objetivación de la inteligencia de los españoles, a menos que su inteligencia no sea la de los alcornoques.
Hoy sólo puedo sentir que pertenezco al mismo pueblo mediocre al que pertenecía ayer, y no es una sorpresa en absoluto. Y duele incluso más la paradoja de que unos ingenuos clamen por la democracia real, ajenos a la política de las instituciones, y entreguen los demás su voto a un partido letal de la derecha que no hace otro esfuerzo que el de faltar al respeto continuamente a quienes le votan y a todos los demás.
No, el pueblo español, digan lo que digan los adoradores de tertulia, no tiene la razón ni sabe cuidar de sí mismo. Lo que sí tiene es un magnífico superávit de burros y bestias. ¡Ay!
Yvs Jacob
lunes, 23 de mayo de 2011
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