No era complicado.
Lo que en España se entiende por democracia no es más que el derecho, reconocido a los tontos, al voto en todo tipo de elecciones. Esta acepción de la democracia es la que mejor conviene a los intereses del Partido Popular, para el cual, sus votantes son unos burros, y los demás, imbéciles directamente.
Como es muy del gusto de los españoles que todas las cosas sean cualquier cosa, el Partido Popular, donde abundan los hombres y mujeres geniales, explota las dotes de la prestidigitación, y a los ojos de los burros convierte aquello que es, un delito, en una victoria sobre la justicia: si ha prescrito, un delito no cometido.
Pero, además de los burros que votan al Partido Popular, existen los imbéciles, ante los ojos de los cuales, ¡ay!, un delito hace a uno delincuente, y Carlos Fabra, que ha debido de cometer más delitos que no-delitos en su vida, aparece como un delincuente de mucho cuidado.
Aunque la prescripción no elimina el delito, sino la ocasión de una sociedad para castigar al delincuente, el Partido Popular celebra que el juez haya rebajado el peso de la causa como si nunca se hubiesen cometido los delitos, y se adentra en un mal camino, sobre todo si se considera, como yo lo creo, que la raza española desconoce cualquier asomo de honor, utilísima virtud para la vida en sociedad. Que un partido político celebre que uno de sus miembros más destacados ha conseguido burlar durante años a la justicia hasta la prescripción de sus delitos es sin duda el punto y final de la democracia.
Una democracia de verdad, a diferencia de la española, que es una democracia de mentira, sólo puede darse cuando existe una sociedad vigilante, una sociedad que cuenta con medios adecuados para detectar, detener y corregir los defectos de aquellos cuyo ingenio supera las reglas del juego que todos los hombres se dan para formar parte de una sociedad en igualdad de condiciones. Así que cabe concluir lo muy imbéciles que son todos los españoles, que han dejado libre a un delincuente por falta de coraje democrático.
Y qué decir de esos formidables jueces españoles, incapaces y temerosos de afrontar determinados casos. Si no se está dispuesto a aceptar el riesgo que conlleva el ejercicio de determinadas funciones al servicio de la sociedad, lo mejor que pueden hacer los españoles es dedicarse a la jardinería y a perforarse los agujeros de la nariz y del culo.
Yvs Jacob
martes, 28 de diciembre de 2010
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