Dice De Prada que le insultan cuando camina por la calle, que le agreden verbalmente al gritarle "católico" e "intransigente", y que algún día puede suceder una desgracia. Claro, ¡qué bonita es la libertad de expresión!, ¡qué bien pensada está!, ¡qué tarde la hemos descubierto!, y ¡qué bien se ven los toros desde el estudio de Libertad Digital, donde hay más sabios y personas de buen juicio por metro cuadrado que bombillas! Pero, después, está la calle, que es donde siempre ha defendido el pueblo español sus diferencias; un pueblo atecnológico, el español, pero, tan realista, tan certero en su carácter rudimentario, un pueblo virtuoso, al fin y al cabo.
En la calle, algo en lo que no habían pensado los intelectuales [sic] de Libertad Digital, también es posible el ejercicio de la libertad de expresión. Frente al televisor, uno parecería gilipollas si, ante el busto pantagruélico de Juan Manuel de Prada, gritase "católico", "intransigente", porque esos gritos sólo llenan la pantalla de esputos, pero no es ese el objetivo, sino que alcancen a quien tienen que alcanzar. Y sólo hay dos maneras: o bien se envía un mensaje de texto a través del teléfono móvil para que aparezca en el programa que se emite -mensaje que, con seguridad, superará cualquier censura, incluso si es vejatorio para sus receptores, puesto que no parece que haya nadie arbitrando la espontaneidad, o, si lo hay, es obvio que no sabe leer-; o, si este método de respuesta se juzgase costoso -costoso es todo gasto que no merece la pena-, se opta por sacar provecho de un encuentro casual -¿o divino?- con Juan Manuel de Prada, que por las dimensiones que está adquiriendo es bastante fácil de distinguir entre la multitud del Barrio de Salamanca, si bien él piensa que destaca por "otras cosas".
Pero yo quiero defender a Juan Manuel de Prada porque creo que hay algo que no se puede negar: su catolicismo no le interesa a nadie; y es más, él mismo, tampoco. Si todavía fuese G. K. Chesterton, pero el católico español no sabe reír, aunque provoque la risa, desconoce la ironía, que es una manifestación predilecta de la inteligencia, y sólo sabe portar arietes que le pesan demasiado.
Por último, escuchando los berridos de Juan Manuel de Prada y la angustia que la vida amenazada despierta en él, recuerdo aquel juicio del sabio Voltaire cuando reflexionaba sobre la intolerancia del cristianismo-catolicismo. Porque emplear un medio de comunicación para informar del modo como piensan unos cuantos, y pretender que todo lo que piensan los demás es contrario a la razón, sólo pueden hacerlo unos católicos intolerantes, y los gritos que la gente les dirige en la calle no son sino los del reconocimiento. Un insulto es, por ejemplo, que a uno lo llamen "facha de mierda", que refiere a un modo particular de intolerancia, pero a la intolerancia absoluta se la conoce como "catolicismo", un término entre otros para la superstición.
Yvs Jacob
lunes, 22 de noviembre de 2010
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