Estoy fascinado por este caso tan extraño. La tal Carmen Formoso que denunció el plagio de su manuscrito presentado al Premio Planeta en el año 1994 sólo se explica la coincidencia -o copia- de elementos de su novela con otros de la ganadora a partir de la complicidad de la editorial. La hipótesis tiene sentido y muchos inconvenientes.
La nómina de galardonados con el premio de mayor cuantía en España revela inmediatamente que se trata de una estrategia comercial y que la calidad literaria es secundaria -quizá la falta de talento en los escritores españoles se deba en buena medida a los malos hábitos cultivados por el propio ámbito editorial, descartado, por supuesto, que los escritores españoles lean en absoluto de otra manera que no sea la del liberalismo sanchezdragoniano: de dos a tres líneas completas por volumen.
Camilo José Cela fue el objeto instrumentalizado por la bondadosa Academia sueca para dar la bienvenida a España al mundo de la libertad. Como siempre sucede, en España no sólo se dudó de que Cela fuese el mejor escritor para recibir el Premio Nobel de Literatura concedido a la lengua de Cervantes, sino de si era en realidad uno de los grandes. Tal vez haya que admitir que cuenta con algunas obras buenas, admitido también que Cela era un tipo bastante desagradable, mucho más de lo que sus buenas obras permitirían a la vanidad bajo un razonable autocontrol.
Pero, en lo que al Premio Planeta del año 1994 se refiere, cuesta imaginar a Cela haciendo labores de "negro" literario con un manuscrito extraviado sobre la mesa -hay poca o ninguna elegancia en el hecho, tan impropio del ganador del Nobel con delirios nobiliarios tan al gusto de la España patética. Cabe entonces la posibilidad de que ni siquiera Cela sea el autor de la novela ganadora en 1994, La cruz de San Andrés, por lo que yo me inclino, obra de la que quizá tuviese apenas unos apuntes muy liberales que alguien, un "negro" auténtico -o no-, cruzó, según el lenguaje de las gozosas ciencias sociales, con un manuscrito que se salvó de una primera criba entre los recibidos para el premio comercial-no literario. Estas suposiciones no aclaran demasiado. En primer lugar, no hay dos cribas en la lectura de originales -Félix de Azúa lo sabe-, algo imposible cuando en un porcentaje elevadísimo apestan. Después, de ningún modo el premio podía haber sido concedido a Carmen Formoso; nadie sabe quién es, y la familia Lara nunca ha tenido fama de tonta: el dinero no entra por el buzón a tu casa. Tampoco es fácil explicar cómo alguien dentro de la editorial selecciona un manuscrito entre cuatrocientos o quinientos para componer por entero otro, ni lo es el acuerdo que José Manuel Lara Bosch habría cerrado con Cela para que no escribiese una obra y aceptase ceder su nombre a otra preparada en la cocina. El asunto es sin duda extraño.
El primer juez que tuvo que decidir sobre él optó por lo razonable: ya que tenemos pocos escritores tan reconocidos, ¡a quién se le ocurre querellarse contra un premio Nobel! El caso no podía llegar muy lejos. Pero existe el sistema de apelaciones casi indefinido, y el Tribunal Constitucional se manifiesta a favor de la querellante una vez Cela ha muerto. Es entonces el editor el que carga con la responsabilidad, aunque quizá debería extenderse la culpa a los herederos, que son quienes tienen la llave de la caja.
Sigo expectante la evolución del caso.
Creo que el nuevo juez debería dejar de lado el plagio para prestar un mejor servicio al pueblo español si acusa al editor de dirigir una factoría de mala literatura. ¡La sentencia sería revolucionaria!
Yvs Jacob
lunes, 18 de octubre de 2010
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