Privilegio de vivir en Madrid es el contacto directo con la cocina de las virtudes de la singular España democrática. Dos semanas atrás acudí a la marcha de los sindicatos; en realidad, a la Puerta del Sol, cuando hablaban sus representantes. Hacía un día sindical, de lucha, con nubes que amenazaban y chubasqueros de tallas gigantes. Había un partido de fúbol a las 9 de la noche, y la sensibilidad sindical, tan aguda, no quiso negar a los trabajadores su merecido recogimiento, así que las proclamas se agotaron pronto para que comenzara la subasta de piropos al Gobierno, a Esperanza Aguirre y al gobernador del Banco de España. El público disciplinado escuchaba con atención, y sólo algún que otro izquierdista radical gritó "huelga general", pero fue rápidamente abucheado por quienes intentaban no dirigir la ira hacia el Presidente Rodríguez Zapatero -además, era un gordo descamisado con síntomas alcohólicos de anti-sistema, o mejor, de anti-anti-sistema. Por lo demás, sólo había en el lugar de encuentro obreros, gente normal y corriente que había salido de su trabajo y se había unido, y otros que, ya mayores, rememoraban los días valientes del sindicalismo, tan lejanos, tan improbables.
Ayer por la mañana me topé con una tímida multitud que venía de defender la vida con más agresividad que si defendiera la muerte. Eran los "provida", envueltos en un color rojo que recordaba mucho al empleado por los sindicatos para el material identificativo. No obstante, se trataba de individuos totalmente diferentes. Era domingo, lo que podría engañar sobre su elegancia, pero yo he paseado mucho por el Barrio de Salamanca, por Chamberí, y puedo afirmar que, a diario, la gente sana no viste de manera muy diferente. Algunos parecían salidos de misa y otros, a punto de ir a montar a caballo, tan magnífico era su aspecto... En la protesta sindical no había niños, pero muchos entre los "provida": familias completas, perfectas, con prole inmensa, españoles del futuro... Y sus pancartas, aunque de plástico, como las sindicales, más coquetas, pequeñas, para que las agitasen los vástagos rebosantes de moral y salud -cuando hay dinero, se piensa en todo.
Me impresionó el modo como las pancartas de mayor tamaño eran portadas cual banderas recogidas, y no arrojadas, como las del fiero sindicalista que olvida su suerte una vez el micrófono sentencia que el acto ha terminado. Los "provida" cuidan de sus lemas porque saben que volverán, mientras que el sindicalista, siempre accidental, espontáneo, se libra del peso de la protesta cuando lo vence el cansancio, y ni sabe por qué lucha ni si en otra ocasión se unirá.
Sí, qué sanos los "provida", qué tesón, qué envidia... ¡Ya los quisiéramos a nuestro lado en la lucha contra otras formas de muerte!
Yvs Jacob
domingo, 7 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario