El mundo es un infierno. Este infierno de mierda es sin embargo lo único-hasta-ahora-conocido. Entre lo hasta-ahora-conocido y lo no-conocido-(de-momento) hay extraños lazos, algunos débiles, como la creencia, y otros físicos, sólidos, como el Papa. La gira de la gran estrella de la canción sacra por los países africanos fue rica en anécdotas. Un par de ellas. Por un lado, el Santo Padre creó la confusión ya habitual cuando se tiene la tentación, no de interpretar a Dios, sino de serlo. Entonces salió mal parado el preservativo. Del preservativo sólo puede sentenciarse ácidamente su fealdad: el preservativo es feo, joder, está hecho de algo muy raro, la hostia, y no parece apto para nada que pueda hacer un ser humano que haya leído a Marcel Proust. Lo peor, no obstante, no fue que el Papa desaprobara el 'estrujapichas-resbalachochos', sino las fatigas que padeció el pueblo africano que acudió a ver los impecables dorados y granas que luce el Santo Padre como 'ropa de obra'. La presencia de un ser humano tan excepcional en Angola causó la muerte de dos fieles tras mediar una avalancha de enfebrecidos entusiastas católicos. ¡Qué caprichosos son todos los dioses! ¡Qué deliciosos! ¡Qué macabros!
Anduve pensando días después en el hecho con esa proclama tan elegante de don Feredico Trillo en defensa de la bonhomía castellana: ¡manda cojones morir aplastado por culpa del Papa!
Y pasó el tiempo sin que me atreviera a dejar palabra del destino fatal de los premiados, aunque pesimista, lóbrego, desconfiado. Manda cojones que no muera nadie en un concierto de Madonna, de Bruce Springsteen, de U2... Y tal vez me equivoque, pero el auténtico destino sólo pueda estar en manos de los dioses de verdad, y no en las de duendecillos pop.
Nada más deseable para casi todos los humanos que desvanecerse en la cama, de viejos y durante el sueño. La paz así concebida ha sido amenazada recientemente por una posibilidad dentro de lo inopinado: la suicida catalana. Manda cojones. Los seres humanos son siempre tan creativos... A veces se piensa que la muerte es una gran obra. Esta observación la encuentro empalagosa cuando la aprueba el snob, el amante de lo falso. Se me ha presentado impecable, sin embargo, al ejecutarse un acto tan libre como la caída y otro siempre fascinante como es el impacto. Lo corriente en la calle es la pelea rastrera, la mortificación animal con absoluto desconocimiento de las reglas pugilísticas, de su elegancia, y sin ningún sentido del duelo entre caballeros. El resultado no puede ser más que fealdad. La catalana que se precipita, ahora bien, el peatón inadvertido, ausente de su peligro, corrigen la mala baba de la divinidad, tan tosca, y adornan la escena con un no sé qué poético que tardará en volverse a mostrar. Pero, ¡ojo!, le puede pasar a cualquiera.
Yvs Jacob
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario